martes, 15 de septiembre de 2015

Veinticinco.

El título de la entrada es mentira. 
Hace mucho que fue el día feliz número 25.
Hace mucho que fue el día feliz número 50
Hace mucho que fue el día feliz número infinito.
Y podría intentarlo con más ahínco, pero últimamente pierdo la cuenta de casi todo, desde tus huellas hasta mis mordiscos de porcelana vieja.
Podría hablar de todo el tiempo que llevo sin pasar por aquí, de la de noches sin dormir que no os he contado, o de cuánto me gusta no tener tiempo para ello.
Pero no.
Hoy no.
Hoy sólo vengo a reflejar algo que ha hecho que el mundo se derrita a mi alrededor avergonzado de no poder competir.
Porque hay cosas tan bonitas que hay que gritarlas a voces. O escribirlas bajito.

"¿Entonces te veré mañana?"
Beso largo y profundo. Lento. 
Pucherito: "eso no responde a mi pregunta",
Asentimiento de cabeza.
Sonrisa que iluminaría hasta un cementerio en una película de zombies: "entonces no te echaré tanto de menos. Bueno, no, a quién quiero engañar. Pero te veo mañana".

No hay más. Ni menos. Pero en realidad ni siquiera alcanzo a imaginar qué más podría haber. Querer. Ser.
No sé si espera que algún día deje de estar loca por él.
Pero ya puede esperar
bien sentadito.

#100happydays

martes, 23 de junio de 2015

Veinticuatro.

Llevaba veintinueve días sin escribir.
Hola, qué tal. 
Yo aquí, perdiendo el tiempo mientras respiro lluvia. 
Venía a contaros que si no he venido antes es por estos putos exámenes que me chupan la vida,
y a quien crea que exagero,
que piense que me quitan el tiempo,
                                                       el sueño,
                                                                       a mis chicas
                                                                     a él.
La vida, en términos bastante absolutos.
Pero hoy llovía. Así que mañana me levanto a las cinco en vez de a las siete, porque a ver quién se resiste a la lluvia. O a ti. 
Creo que antes te he estresado un poco y la guitarra no paraba de llamarte, y por eso me he dedicado a mirar por la ventana, pero no voy a confesarlo, porque he decidido ser valiente. ¿Puede decidirse eso? Es probable que no, pero a estas alturas todo lo que sé es que te decido, y me decido, y que asustada no se gana.
Ni siquiera se apuesta.
Y yo ya me he quedado sin blanca en ti. 
Además, ya sabes que cuando dejo de pedirte que me muerdas es porque estás rebañando mis costillas.
Mi clavícula. 
Mis falanges.
Y también sabes que en esos momentos se me pueden escapar cosas como "tirar piedrecitas contra tu ventana y pedirte que bajes, que la lluvia no dura para siempre y llevamos mucho sin bailar". No tiene remedio, y si lo tiene no voy a buscárselo, me gusto así. 
Las entradas de este blog no deberían llevar nombres, pero las reglas no están para seguirlas, que bastante tengo con seguir el trazo de agua de esa gota en el cristal.
Porque si hay días con nombres,
miradas con nombres, 
sonrisas con nombres, 
me parece lógico que haya textos con nombres.
Y este es para ti.
Porque alguien dijo alguna vez que lo que no se escribe, no existe,
y yo tengo guardados en el cajón demasiados días  pensando en tus manos como para que ahora no existan.
Así que aquí los dejo, cuchicheando entre ellos,
y volviéndonos inmortales, en palabras.

Hola, yo venía a deciros que los truenos me dan susto, pero me pasaría la vida mirándolos, porque después me provocan una sonrisa que casi nadie conoce.
Como tú.


#100happydays


                                                  

lunes, 25 de mayo de 2015

Veintitrés.

Incluso la sima más profunda tiene fondo.
Incluso en el barranco más oscuro puede encontrarse luz.
Siempre que uno se tire con la persona adecuada.

Incluso la vida puede llegar a tener sentido 
cuando te empujan al lugar mas inhóspito de la tierra
y allí
-rota y sin un hueso en su sitio-
te das cuenta de que no estás sola. 

Si alguna vez alguien,
tú, yo, cualquiera,
se pregunta por qué has llegado a epicentro de mi vida, 
que se acuerde de esta noche. 
Y entonces
tú, yo o cualquiera,
no volveremos a tener ninguna duda. 
Nunca más.

#100happydays

miércoles, 20 de mayo de 2015

Veintidós.

Venía a contar corriendo que he terminado los exámenes.
Y que en nada llegan los exámenes.
Que he descubierto la receta de cómo detener el mundo en lo que tarda en dilatarse una pupila.
Y me lo quedo para mí.
Que pocos placeres son comparables a ventilarte una temporada de HIMYM en una mañana, por muy friki que suene.
(Porque pocos placeres son comparables a ser friki).
Que me he visto a mí misma en el fondo de sus ojos,
que he entendido a Axl, 
y a lo bonito de vivir, en general.
Y eh, que la cosa no acaba aquí.
Porque lo más alucinante de todo fue la forma en que me me quemaron las palabras en la boca
al despertarme frente con frente
con su frente
y saber que no quería nada más. 
Ni ahora. Ni después. Ni después de después.
Y tuve que decirlo.
Y... Decirlo otra vez.
Y otra (la última).
Y la última de verdad.
Y su sonrisa contra mi oído era la única respuesta.
La mejor que hay.

Decía que me voy corriendo
pero es mentira.
Me voy bien despacito, y saboreándolo todo.
Porque bastante deprisa se me va la vida,
como para encima meterla yo más caña.

#100happydays

viernes, 8 de mayo de 2015

Veintiuno.

Hacía tanto tiempo que no venía a decir nada, que ya he olvidado todas las cosas importantes que tenía que decir.
Si es que alguna vez  tuve de eso.
Son los exámenes. O mi intento por no suspenderlos, el cual he de confesaros que va de mal en peor. Pero no por eso voy a dejar de intentarlo; lo mío son las causas perdidas.
Y al final, a veces, hasta se encuentran.
Hoy ha vuelto a ser un poco otoño, a pesar de los treinta grados que se paseaban a sus anchas por Madrid. Y lo echaba de menos. 
Más de lo que pensaba. 

En realidad, he tardado mucho en decidirme a escribir aquí
y no en una hoja, 
de las de papel de liarse con las nubes.
Y si me ha costado tanto llegar, es porque no me sentía como este blog te exige para escribir en él, porque el verano está a la vuelta de la esquina, y tras la euforia inicial me he dado cuenta de que estoy
muerta
            de
                   miedo.
La verdad es que el detonante no ha podido ser más estúpido. Pero de repente sus brazos se han esfumado y me he visto envuelta en un dejavù de esos que dan escalofríos. Y no sabía cómo salir de mí misma. 
El verano pasado fue el más largo de mi vida. Y de todos es sabido que cuando el tiempo pasa despacio, las heridas sangran más fuerte. 
Sí, le tengo miedo al verano. 
Y entonces, ¿por qué me he decidido a venir aquí? 
Pues precisamente, porque le tengo miedo al verano.
He llegado a la brillante y puede que estúpida conclusión de que si estoy un poquitín acojonada es porque tengo mucho que perder. Y eso me ha dejado más tranquila. El verbo tener, digo. El de perder me sigue revolviendo igual que el chirrido de unas uñas arañando una pizarra.
Me queda un mes escaso para mi límite, para cumplir el pacto conmigo misma. Lo cierto es que cuando lo cerré, ni siquiera caí en que era justo antes de las vacaciones, pero ahora acabo de descubrir que mi otra mitad es médium o algo por el estilo, porque sencillamente las piezas encajan con tal suavidad que no puede ser todo aleatorio. 
Si al final he terminado aquí, es porque en realidad quiero estar siempre temiendo perder. 
Me.
Te.
Nos.
Y ganando en última instancia. Siempre. Contra todo.
Lo único que me falta es deshacerme enteramente del miedo. Me doy de plazo este mes escaso que queda. Y sé que nadie que esté leyendo esto va a entender una mierda, pero necesitaba plasmarlo en alguna parte. Para no poder retractarme.
Ojalá llegue septiembre y me ría leyendo esta entrada.
Ojalá pase el verano que nos merecemos.
Ojalá sea inolvidable.
Lo peor, es que en realidad espero este verano con todas mis ganas. 
Le voy a hacer el amor como nunca nadie.

#100happydays


sábado, 25 de abril de 2015

Veinte.

Queridos mortales, siento comunicaros que os habéis perdido una de las mejores fiestas del mundo.
No fue un project X.
No había mega-Dj's.
No había miles de personas.
No había ningún famoso. 
No había piscina.
Había sólo la droga justa.
Y aún así fue una de las mejores fiestas del mundo.
Figuraos.
Y sin embargo, creo que lo más destacable de aquella noche fue su cara al ver todo aquello. Una mezcla de "no puede ser", con "joder", con "qué puto flipe". Más o menos. Y adornado con una sonrisa que no le cabía ni en la cara, ni en la habitación, ni en Madrid entera.

Queridos mortales, siento comunicaros que os habéis perdido la mejor Noche de los libros del mundo.
No compré ningún libro. 
No me encontré con ninguno de mis adorados autores.
No asistí a ninguno de esos recitales de poesía con jazz de fondo que tanto adoro.
Leí sólo lo justo.
Pero escribí(mos) uno de esos capítulos que parecen sacados de uno de esos libros
que de lo que te enamoran,
les propondrías matrimonio.
Sí, al libro.
Mirando las estrellas desde el césped, con Madrid a nuestros pies tras la barandilla, nos encontramos a Venus y decidimos que queríamos aprovechar las canciones, los segundos, la noche. 
"-¿Y esto? ¿Esto es aprovechar el tiempo?
-Esto vale más que casi nada. No. Esto vale más que casi todo. No. Esto vale casi más que casi todo.
-Estaba bien dicho a la segunda.
-Sí, ¿verdad? Bueno, pero me has entendido."
*Beso*.

Queridos mortales, os comunico que me siento la más mortal de todos vosotros. Que estoy escuchando a Sabina, y algo se me descoloca dentro. Que he leído mi vida a través de mis propios ojos, y no puedo evitar ver que han han pasado tantas cosas que todo ha cambiado. Yo he cambiado. Y no puedo arrepentirme menos del lugar al que he llegado. Que ha sido duro de cojones, pero casi todo lo que ha acontecido, ha sido necesario para mirar atrás desde aquí. Y al final lo he sobrevivido. Más que eso, he pasado de sobrevivir a... Vivir.
Y entre él y Sabina he tenido que ir por clínex. 

Me siento infinita, y no voy a dejarlo escapar.

PD: qué curioso que haya coincidido la veinteava entrada. Felicidades otra vez.

#100happydays

martes, 14 de abril de 2015

Diecinueve.

He estado escribiendo cada detalle de este sábado en una entrada que no me ha llegado a ninguna parte.
Así que ahora estoy escribiendo esto, porque creo que hubo tal cantidad de sentimientos que si nos acercamos a ellos con lupa, terminan por difuminarse hasta que dejan de ser nítidos, y se vuelven frustrantemente irreconocibles.
Sí, ya sé que frustrantemente no existe.
Lo que vengo a contaros es que hacía eones de un concierto de Thornskill. Y eones al cuadrado de una tarde en el Independance. Y que juntar ambos fue una explosión de vibraciones que me recorrieron desde la raíz de las pestañas hasta las cosquillas del dedo pequeñín del pie. Se me había olvidado la magia que son capaces de crear esos cinco alelaos' cuando están subidos sobre un escenario. Las luces, las sombras, el pitido en los oídos, las sensación de plenitud a pesar de la falta de aire mientras gritas y saltas cada vez más alto.
No puedo esperar al siguiente.

También venía a deciros que Argüelles es la polla. Y siempre lo será. 
Aunque en realidad, con ellas no me importaría ni pasar la vida en un convento.

Así mismo, querría contaros la sensación de ingravidez al sobrevolar su casa y aterrizar en su boca. Querría expresaros la sensación de cómo puede llegar a cuidar de mí incluso cuando no me hace falta, del colacao calentito mientras sus mejillas se visten de rojo pasión al contarle cómo sentí el concierto desde el público, de subir a su cama y perderme en mi pijama favorito. Encenderlo todo en verde, y sonreír al pensar en cómo las drogas no me van a afectar nunca más, al menos no mientras pueda seguir metiéndome mi dosis de sus lunares en vena. Querría tratar de haceros entender lo que es perderse entre sus brazos y las sábanas, y oír palabras que hacen que toda una vida merezca la pena. Pero creo que nunca lo comprenderíais. Y aunque pudierais, no quiero. Son mías, para siempre.
Porque a ver cuántos os habéis despertado con otra persona en vuestra lengua. Dentro, y más dentro.

Cuando llegué a casa, no pude evitar pensar en todo, y en aquello que dijo Irene X: "no tenéis ni puta idea de nada en la vida". Y creo que tiene razón. Pero a quién cojones le importa, mientras mi pelo huela a su piel cuando me acuesto.

Ayer comprobé la teoría de que existen las personas flotadores. De esas que salvan días, noches y vidas. Y sé que ya lo sabía, pero hacerse la loca para comprobarnos es uno de mis juegos favoritos.

Hoy, Shinedown ha comaprtido en su face "i'll follow you", y ya se me había olvidado cómo adoro esa canción. A veces es sano tener cólicos de chocolate y canciones tristes, mientras se trabaja a destajo por una sonrisa.

"No me dejes marchar nunca".
Descuida, aún no estoy tan gilipollas.
#100happydays



jueves, 9 de abril de 2015

Dieciocho.

Maquinar planes está infravalorado.
MUY infravalorado.
Maquinar planes es la salsa de la vida.
El yin del yan. 
El je ne sais quoi.
En serio, la gente debería maquinar planes con más asiduidad.
Y así llegar a catar ese estado de felicidad máxima cuando, sin querer, todas las piezas encajan solas, sin un chirrido, como predestinadas a encontrarse.
Clic.
Maquinar planes está infravalorado.
Debería dedicarme a esto, joder.

PD: leer una "crítica" tan adorable como la del otro día también lo está. No sabrá que lo digo por ella, porque tampoco sabrá que leí sus mensajes. Pero a mí me llegó al alma.

#100happydays

lunes, 6 de abril de 2015

Diecisiete.

Hoy es seis.
Y todo lo que he hecho ha sido estar tirada en su cama.
Y... Sentir.
                  Le.
                        Me.
                               Nos.
Y joder, que no sé ni cómo deciros que es mejor que todo. 
Que lo que queda es ruido de fondo.
Que la gravedad se tuerce hacia sus pestañas.
Que quiero un millón más.
De besos, de noches, de años... Como para saberlo. Pero que un millón más.
Hacía cerca de dos años y pico que no iba a uno de sus ensayos con más música que la suya o la de su hermano, y sigo quedándome embobada con cómo sus manos acarician a la guitarra. La diferencia es que ahora soy consciente de que sólo le he visto usarlas de esa manera en ella y en mí. 
Y ni os imagináis hasta que punto me hace sonreír eso mientras apago la luz y me tapo con las sábanas. 

#100happydays



domingo, 5 de abril de 2015

Dieciséis.

Puede que haya visto demasiados caps de Bakuman seguidos.
Puede que lleve demasiado rato leyendo "#soyidhunita".
Puede que tenga demasiado tiempo libre para pensar.
Puede que tenga tantas ganas de comer chocolate que alguna que otra neurona se me haya descarriado.
Puede ser.
Pero qué ganas tengo de que me explote todo en la cara. De que la cuenta atrás termine, y todo estalle a mi alrededor, y dentro de mí.
Quiero mis proyectos. Volcarme en ellos, olvidar una realidad que no sea la que escapa hecha tinta de mis manos. 
Quiero cerrar bocas. Una detrás de otra, con mi media sonrisa como hasta nunca.
Quiero esta primavera. Y este verano. El invierno que viene, lo quiero todo. 
Y no quiero esperar más.
2015 tiene la posibilidad de empezar una nueva candidatura, la de "buen año". Espero que no lo desaproveche.
Mientras tanto, Abril, ven aquí, que mañana empezamos contigo...

#100happydays

martes, 31 de marzo de 2015

Quince.

Estos últimos días han sido una locura de idas y venidas, en general. 
Y en lo particular de mis pestañas.
Tengo las manos suaves y la cara áspera. Y el humor merodeando entre ambos, sin saber a quién atacar primero.
Hoy ha hecho sol, como casi todos estos días. Pero a diferencia de los anteriores, hoy lo vi tras el cristal, suspirando por una brizna de aire fresco, en vez de volando sobre los haces de luz.
Llevo unos diez minutos en guerra con mis párpados, y se me ha hecho una eternidad, pero yo había venido a hablar de seis segundos. De las palabras que aquellos segundos contuvieron.
Recuerdo cuando me levanté el domingo por la mañana, con a penas cinco horillas de sueño a la espalda y medio pie ya en la calle. Recuerdo abrir el móvil, como todas las mañanas.
Recuerdo cómo se me paró el corazón. Durante seis segundo enteros.
Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. 
Y entonces empecé a llorar, mientras la sonrisa se me salía de la cara y se despatarraba de mala manera por la almohada,a mi lado, con lagrimillas ella también.
En principio, alguien podría pensar que son sólo palabras. Pero cualquiera que piense eso es sencillamente idiota, en principio y en final.
Esas palabras lo fueron todo. Lo son todo. Aún sigo aferrándome a ellas, y no creo que me suelte con facilidad.
Universo, karma, vida... Gracias. De corazón.

#100happydays

jueves, 26 de marzo de 2015

Catorce.

Siempre estoy en el sitio correcto, en el momento equivocado.
Siempre hago las cosas al revés en la dirección exacta.
Siempre me encapricho por los pies.
Siempre me pierdo con toda lógica.
Siempre he fallado con total puntería.
Siempre he metido la pata.
Hasta el puto fondo.
Y de repente ayer...
De repente ayer no.
Sólo eso. No.
Veía la caída libre delante mía, y sabía que no quería dejarme caer.
En el fondo.
Quería saltar. En mi propia dirección. En mi propia decisión.
En mi corazón.
Y por primera vez en toda mi vida, cogí la puerta y me largué de unos ojos que no me miraban como yo quería.

Y hoy llegó mi recompensa. La razón de mi forma de actuar. Mi sentido. Y con sólo un abrazo, entendí por qué nunca había dejado pasar la oportunidad.
Y por qué esta vez no hubiera podido hacer nada sino echarla a patadas. 
En su cama, le miré, y me di cuenta de lo que había hecho. De lo que significaba y suponía para mí, de Marina a Marina. Y me sentí increíblemente vulnerable. Fue entonces cuando me abrazó y me atrajo hacia sí. En ese momento, todo estuvo bien. Creo que nadie nunca debería tener todo lo que desea en esta vida, porque entonces lo único que le falta es perderlo. Pero me encuentro en el penúltimo de los pasos, y de tener que morir, ya moriré mañana.

"-¿Tú no te vas a marchar, no...?
-¿Cuántas veces me has preguntado eso ya? No...
-¿De verdad?
-¿Y eso? ¿Cuántas veces más me lo vas a decir? Sí...".
Al menos, una más.

#100happydays


domingo, 22 de marzo de 2015

Trece.

Tengo que escribir una entrada tan bonita, que llevo diez minutos sonriendo, mientras pienso en cómo hacerlo, en cómo haceros sentir que el mundo es infinito, y he acabado perdiéndome en el recóndito más pequeñín de mi cabeza. Ahí, donde sólo cabe lo especial.
Y he llegado a la conclusión, de que no puedo.
Y me frustra, porque en qué clase de escritora de pacotilla me convierte eso.
Y me chifla, porque en qué puta maravilla se ha convertido esto llamado mi vida.
Aterrizar en sus manos y ver su cara pachucha. Y saber que enfermera o no vas a invocar al mismísimo Sauron con tal de hacer que se sienta un pelín mejor. 
Rebotar de repente de habitación en habitación
de la cocina al salón; del salón a su cuarto;
y se siente algo mejor.
¡Uy! Un besín.
¡Uy! Un abracín.
"-Te quiero tanto...
-No sabes lo que me haces sentir cuando me dices eso.
-Pues no..."
Pues mal vamos, porque esa sensación no cabe en ninguna palabra. 
Supongo que es sólo mía, para siempre.
Pasar de Death Parade a Batman puede resultar extraño, pero lo cierto es que ambas son buenas opciones para un sábado de mimitos por la noche. 
Cuando alguien te abraza durante más de una hora seguida por detrás, viendo una película y con dolor de tripa, hazme caso y no le dejes escapar.
Sobre todo si esos abrazos te hacen sentir calentita.
Protegida.
                  Valorada.
                                    Querida.
                                                    Feliz.
Y ya si ves que te besa aun cuando eso le revuelve la tripa, por ti, y porque no puede no besarte...
Leerle a tu muso las comas que te inspira es  el culmen de todo compositor de palabras:
"Te quiero a ti.
Me pregunto si me quieres a mí.
*Señalo con el dedo esta última frase, que clama por una respuesta*
-Pero si ya te lo he dicho.
-No me has dicho na...".
No puedo terminar la palabra, porque él ha cogido el ratón, y me ha subrayado un par de líneas en las que nos cito de algún día anterior: 
"-Te amo.
-Yo también a ti, cielo".
No sé ni como empezar a decir que el aire me sabe a caramelo al entenderlo todo. Que sólo quiero sus manos por las sombras de mis pecas, adorarle hasta el fin del mundo.
Y en ese momento me enamoré un poco más de él.
Al final nos rendimos a las sábanas, a la calidez de nuestros cuerpos hechos un lío de esos imposibles de desliar. Lo último que recuerdo fue su respiración sobre mi nariz, haciendo danzar un mechón de pelo.
Y una noche así es como hacen las paces dos imbéciles cabezotas y orgullosos tras una semana de ser jodidamente cabezotas y orgullosos.
Cuando he despertado esta mañana, estaba acurrucadita en su pecho, hecha una bolita, con sus brazos a mi al rededor. De hoy en adelante soy la persona con más voluntad sobre la faz de la tierra, al haber sido capaz de salir de ahí. 
Porque no sabéis lo que es decir que no a su cabecita girando como una loca para que no me marche.
A sus ruiditos de protesta.
A su mano enterrando la mía bajo él para no dejarme salir.
No sabéis lo que es estar escribiendo esto, darte cuenta de que estás sonriendo y de que una lagrimilla se te escapa por la comisura de las pestañas.
O puede que sí.
Puede que todos lo sepáis.
Ojalá.

Mañana empiezo a trabajar con personas en mis manos. Y estoy acojonada. Pero tengo ganas de saltar tan fuerte que ni la gravedad pueda conmigo.
Ahora entiendo a todos esos locos que decían que la vida puede ser una puta maravilla.

#100happydays

Doce.

Hay días que son lluviosos. Y personas que son lluviosas.
Hay lluvias de roces.
Con la boca. Con las manos.
Hay lluvias de escalofríos.
En la espalda. En el cuello.
Hay lluvia de la normal, húmeda, proveniente de las nubes. E idiotas dispuestos a besarse bajo ella. 
Ven, que quiero ser idiota.

El miércoles acabaron las clases, y descubrí que siempre que estés con la gente adecuada, no importa estar rodeada de viejecitos treintañeros que beben vino. Si la gilipollez y el desenfreno están asegurados, todo termina a carcajadas.
Además de que las horas pueden perseguirte entre sus sábanas. Y terminar tan dentro que todo se vuelva negro, como sus ojos cuando no hay sol, noche en sus pupilas.
El jueves miré a mi padre. Y sé que no está bien hacerlo sólo porque fuera 19 de marzo, pero lo único bueno que tienen todos esos días que el estado decide dejarnos descansar en nombre de algún colectivo merecedor de atención es pararse un momento a pensar en dicho colectivo, dentro de esta vida que pasa a la velocidad de la luz a nuestro lado, abarrotada de cosas sin significado. 
El jueves miré a mi padre, y vi a una persona cansada. Alguien que toda la vida ha perseguido algo, sin saber exactamente qué, en busca de lo que todo el mundo le ha dicho que tiene que buscar (casa, cochazo, televisión de plasma por cable, trajes caros y una imagen familiar adorable para las felicitaciones navideñas), por un medio que no le satisface individualmente, y que a un paso de los 50 le hace preguntarse qué hace con su vida. Lo miré, y me dio lástima. Y sentí que debía de estar más ahí para él, para hacer que todo le supiera menos vacío. Y a su vez, que en lo que dependa de mí a título personal, evitaría tomar todas aquellas decisiones que me pudieran llevar hasta la casa, el cochazo, la televisión de plasma por cable, los trajes caros y la imagen familiar adorable para las felicitaciones navideñas, así como a estar a un paso de los cincuenta y no sentir más que vacío.
Empecé aquella misma tarde, porque recibí un mensaje y mis pies echaron a andar cuesta abajo, sin pararse a preguntarme si quiera. 
Se detuvieron frente a su puerta, cómo no, pero lo que encontraron no fue lo esperado.
Cuando una persona tiene demasiadas cosas encima, hasta el más mínimo roce puede hacer que todo explote, violento, contra las ventanas. Puede volverlo todo añicos, y enterrar las sonrisas en lo más hondo de una boca, hasta el punto de que sólo puedan salir a arcadas.
Y en lugar exacto de la escala emocional se encontraba cuando llegué hasta él. Pero dos años dan para mucho, así que sencillamente esperé mientras ojeaba un libro, sentada en la cama con su super bata.  Esperé mientras se desesperaba con la inscripción de aquel concurso. Esperé mientras discutía con su hermano. Esperé mientras se desahogaba. Y cuando al final me miró, le abrí los brazos para que lo dejase todo fuera.
Porque incluso los mejores refugios necesitan un lugar seguro de vez en cuando.
Vimos Kiseijuu y Tokyo Ghoul como buenos frikis que somos, y cuando ambos caps acabaron y nos tiramos en su cama, llegaron las sonrisas. Y a mí me podéis intentar convencer de lo contrario, pero creo que no hay mejor sensación en este mundo que la de hacer sonreír a una de las personas de tu vida. 
"No cambiaría una noche aquí contigo por estar viendo las auroras boreales".
Aquella noche no pude quedarme, pero me marché con una pinky promise que no voy a olvidar; ir algún día a ver las auroras al polo Norte. Juntos.
El viernes empezó de mal en peor. Corriendo en todas direcciones y haciendo malabares entre quince mil proyectos, a cada cual más difícil de manejar que el anterior. 
Finalmente, llegué al ensayo, tras un tour precioso por Madrid, y después nos fuimos al concierto de unas chicas. Y casi tocamos nosotras. Y no sé quién lo hubiera hecho mejor (je, je).
Recuerdo que al entrar al concierto, él vino derechito hacia mí, con sus pintas de rockerillo trasnochado, me cogió en brazos, y me besó dulce. Y qué falta me hacía. Llevaba una semana tan hasta arriba, y un día más saturado incluso, que su boca fue como un ansiolítico. Pero eso fue todo. Aquella tarde no habló más conmigo. Y aun a sabiendas de que estábamos todos con todos, me entristeció. Porque yo estaba con todo aquello entre manos... Y él nada.
Tras el concierto, nos fuimos a cenar, y tras la cena, le estallé un poco. Y él me estalló a mí. Porque si hay una buena definición para nosotros es que somos como dos bombas en los últimos segundos antes de la explosión. Desenfrenados y peligrosos. Y lo que me gusta, qué. 
Nos fuimos cada uno por un lado, cabreados, y yo me refugié con mis nenas, dentro de aquel cochecito rojo. Hablamos mucho. Tanto que sin quererlo se nos escapó la noche. Pero nos hacía falta. A las tres, que es lo peor. Cómo podíamos encontrarnos en el mismo vacío de mundos diferentes. Si al final iba a haber sido el destino el que nos había juntado. Pues que no venga a joder en un futuro, yo a ellas no me las dejo en ningún camino.
Cuando al final entramos en la casa donde estaba todo el mundo, le vi al fondo, sentado en una silla. Me le quedé mirando, y sentí que no merecía la pena. Ningún enfado, ninguna rabieta... Nada de todo eso. Y entonces él levantó la vista y también me miró. Y una sonrisa minúscula se me apostó sobre los dientes. 
Y por una vez (y sin que sirva de precedente) hice las cosas bien. 
Crucé el salón hasta sus piernas, y le pedí perdón a susurros suaves en su oído. 
"-En realidad sólo quería que vinieras y me dieras un beso en la mejilla.
-Pues haberlo dicho, tonta".
Y me abrazó, recomponiéndome por dentro.
No mucho después, las chicas se marcharon, pero yo me quedé allí hasta que la película que estaban viendo terminó, porque quería pasar algo de tiempo con él, aunque sólo fuera el camino de vuelta a casa.
Y efectivamente, las calles estaban frías y húmedas, pero él me llevó del brazo por toda aquella cuesta. Y cuando me tuvo cara a cara en mi puerta, lo que me dio fue piel a piel. Y le dieron por culo al frío y a la humedad, porque sólo estaba él.

Ya en la cama me puse a pensar en una cosa que había dicho una de mis amigas: "es que me pregunto si hay alguien que vaya a estar para mí, como yo estoy para ellos, al 100% siempre, sin ningún tipo de pero. Y estoy empezando a sentir que esa persona no existe".
Y todas asentimos tras esa afirmación.
Y todas fuimos imbéciles.
Claro que existe. Somos nosotras.

#100happydays

miércoles, 18 de marzo de 2015

Once.

Últimamente, mi día a día me da cancha para muchas reflexiones.
Para las buenas.
Para las malas. 
Aunque en realidad creo que todas las reflexiones sirven para algo. Para no volver a pisar esa piedra. O para volver a pisarla, pero al menos sabiendo que eres tonta. 
Ayer, tiene sus respuestas, siguiendo a escondidas a las preguntas. Pero precisamente, allí es donde tienen que seguir, al menos por ahora. Allí, en incógnita. En no se sabe dónde, aunque en un mes todo esté claro. 
Vino por mí. Después de tanto tiempo. Aún recuerdo la última vez; hacía sol y calor, pero de ese calor suave, incipiente, para el que hace falta una chupa de cuero. Estaba recostado sobre la pared de la biblioteca, escuchando música, con ese aire de chuloputas que tanto le gusta y tanto me encanta, aunque no vaya a admitirlo, ni siquiera aquí. 
De eso hace meses.
Y de repente, venía otra vez a ese lugar que había dolido tanto, sólo por mí. 
Sólo.
Cuando le encontré, después de veinte mil cambios en el lugar de encuentro, tuve que sujetarme un poco. Joder, es que venía guapísimo. Aún me maravilla la capacidad que tiene para hacerme perder los papeles, después incluso de que me haya aprendido cada centímetro de su piel. 
Nos montamos en el metro, charlando. De todo, de nada. Con la punta de su nariz rozando la mía. 
Y entonces tuvimos que hacer un trasbordo, y en el banco fue cuando lo dijo. 
"Sí, me acuerdo de eso, pero, ¿tú estabas aquella noche allí?"
Uf. Uf, qué duro. Qué pupita. Me separé de él un poco, tratando de lidiar con todo lo que se me estaba revolviendo dentro. 
Yo siempre me daba cuenta de cuándo estaba ahí. Es verdad que tenía una memoria-Dory que no podía con ella, pero joder. Yo siempre me acordaba. Bueno, pero aquella noche habíamos fumado un montón. Ya... Pero yo siempre me acordaba. Pero bueno, aquella noche tampoco había pasado nada guay. Ah sí... Le hablé del blog. Ya bueno, pero yo tampoco me había acordado de eso.
Entre todo este batallón de sentimientos llegó el tren, así que nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta. Entré en el vagón, y enfilé hacia la esquina de enfrente para recostarme durante el trayecto, y cuando me giré, aún dolida, pero tratando de no enfadarme como una tonta 
Él. No. Estaba.
No estaba. Se había colocado en la esquina opuesta a mí, había cogido el teléfono, y me ignoraba deliberadamente. ¿Por qué..? La conjugación de aquella frase era la cosa que más me ahogaba de todo el mundo, ¿por qué no estaba? Le miré, pero él seguía obcecado con su móvil. Saqué el mío, pensando en que tal vez estaría escribiéndome algo; "ven", "no te enfades, anda". Pero no, por mucho que me afanaba en recargar su conversación, ningún mensaje aterrizó entre nuestros caretos con lenguas azuladas. 
No me hizo falta levantar la mirada para ver que había guardado el teléfono, pero cuando su "en línea" desapareció, yo me sentía cobarde. ¿Por qué se había enfadado? Yo... ¿Yo había hecho algo malo? Qué imbécil era. ¿Por qué se enfadaba? 
Al final levanté la vista, y vi cómo me miraba. Sí, definitivamente estaba cabreado. ¿Encima? ¿Encima iba a enfadarse él? El orgullo se me coló entre las costillas, y le mantuve la mirada, decidida a no dar ni medio paso la primera. Por mi mente pasó como un suspiro aquel verso de Bécquer:

"Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?"

Mi subconsciente, sabiendo que lo que dueles al no estar, asustado, tratando de ahogar el orgullo, supongo. Porque si alguien sabía de pérdidas era el sevillano. Pero yo le ignoré. Como tantas otras veces he hecho en mi vida. Imbécil. Imbécil, como todas aquellas otras veces. El amor propio siempre ha de ser un imprescindible enganchado a tus zapatos, pero el orgullo es ese cabrón del que hay que librarse antes de que te joda viva, y luego te abandone sin ningún tipo de remordimiento. Imbécil. E imbécil otra vez.
Al final se acercó a mí, pero parecía más un oso encabronado que mi máquina de abrazos favorita. Y efectivamente, cuando me tuvo en frente, empezó a decirme de todo menos bonita. De hecho, mucho más tarde fue hasta cómico, porque el señor que tenía detrás levantó la cabeza y me miró como diciendo "¿te está molestando? ¿Estás en un problema?" Y es extraño, porque en realidad visualizo mejor a un peluche pegándome, que a él haciendo siquiera un amago. Pero claro, el señor sólo vio a un chico diciéndole de todo menos bonita a una chica. Una chica que se estaba enfadando más y más a cada segundo que pasaba, como respuesta al daño que le hacía cada palabra que se escapaba de la boca del chico. 
Al final, realmente cabreada, salí del vagón mientras él intentaba detenerme. Me siguió por los pelos. Y menos mal, porque llevaba mi portátil. Y porque si no todo aquello hubiera terminado siendo un verdadero problema.
"No tiene sentido que te pongas así por eso. No lo entiendo. Joder, tengo mala memoria, ¿y qué? ¿Qué pasa por eso? ¿No puedes entenderlo? Eres una exagerada. Coges, y te pones a ignorarme porque te cabrea que no me acuerde. Pues no me da la gana. Espero a que me digas algo, sudas de mí, ¿y encima tengo que pedir perdón yo siempre? Pues no".
Y entonces vi mi orgullo en sus ojos.
Y fue la primera vez que me sentí estúpida aquella tarde.
Pero, ¿dejar de hablarle? ¿Cuándo había dejado yo de hablarle? Me había girado, y él no estaba. En ningún momento había dejado de hablarle.
"Antes de entrar al vagón ya estabas ignorándome, ya estabas cabreada".
No, antes del vagón estaba dolida. Pero todo lo que hubiera hecho falta habrías sido tú.
"Bueno, pues lo que tú digas. Entonces qué, es todo culpa mía y ya":
Yo no había dicho eso. No había sido culpa suya. No era justo echarle la culpa de no acordarse de algo. Pero eso no iba a hacer que me doliera menos. Ni ahora, ni en un futuro, cuando volviera a pasar. Porque volvería a pasar. 
"Y entonces qué, qué hago la próxima vez. ¿Me lo callo? Porque es que no se va a poder hablar de nada, hay que andarse con un cuidado cada vez que te digo algo... Tú que se supone que quieres que hablemos de todo. Pues dime, dime qué es lo que tengo que hacer la próxima vez".
Joder, y yo qué sé. Ahí ya estaba gritando demasiado, pero no me importaba. Ni eso, ni todos los trenes que habíamos dejado escapar. Joder, pues claro que no lo sé. No vengo con manual. No me entiendo, y no creo que tú lo hagas tampoco. Joder, no sé qué hacer, pero no quiero que te calles las cosas, idiota. Ambos lo hicimos, y mira cómo acabó todo. E incluso aunque discutir nos acabe asfixiando, quiero discutir el mundo entero contigo si es lo que implica no callarse nada. Nunca más censurados. Enfadados, bestias, incluso crueles... Pero no censurados. 
"Joder, es que últimamente te enfadas a la mínima por todo".
Se me congeló la sangre en todas y cada una de mis venas ante esa afirmación. Joder qué miedo me entró. No era cierto, hacía meses de la última vez que le grité. La última vez... Aquella noche me vino a la mente, y me acojoné más y más. Al final iba a espantarle con tanta pelea, tío. No quería perderle. Menos por gilipolleces, como aquella por la que estábamos gritándonos en Alonso Martínez.
Esa fue la segunda vez que me sentí estúpida aquella tarde.
"Hay muchas cosas que se me olvidan, ¿vale? Casi todas. No recuerdo días, recuerdo momentos y situaciones. Recuerdo aquella vez que te quedaste en mi casa hasta las seis, antes de empezar ni siquiera, que vimos "El diario de Noa", y luego fuimos a hacer el mongolo en la habitación de mis padres, y luego tu padre vino a buscarte, y estábamos muertos de sueño, pero no queríamos dormirnos...".
Bum. Aterrizaron en mi mente una serie de imágenes; la colcha azul de sus padres, él tumbado a mi lado, la sensación de agotamiento, nuestros cuerpos abrazados en el espejo. Él seguí hablando, pero para ser honesta no estaba escuchando nada de lo que me decía. ¿Cómo..? ¿De verdad se acordaba de aquel momento? Qué dulce. Joder qué dulce. Qué imbécil era yo, qué más daba que hubiera olvidado una noche o doscientas. Recordaba aquella. Y seguro que muchas otras, las especiales. Eran importantes para él. Yo... Yo no le daba igual. Me recordaba. Nos recordaba.
Y entonces le cogí por la barbilla, y le llevé hasta mi boca. Y noté su sorpresa, pero me devolvió el beso. Y eso sí que fue dulce. 
Cuando me separé de él, me recosté contra su hombro. Ambos sonreíamos; "te acuerdas de aquella noche". "Pues claro, mongola". 
El mejor momento de una discusión es ese en el que te sientes rematadamente estúpida, y sólo quieres perdonar y que te perdonen. 
Aquel fue ese momento. Y la tercera y última vez que me sentí estúpida por aquella tarde.
Cogimos las cosas y entramos en el siguiente tren que llegó. 
Una vez dentro me acerqué tímida, asustadiza. Pero él me cogió y me atrajo hacia sí. El abrazo fue suave, pero desde dentro. 
Llegamos a su casa, y merendamos. Le miré, mientras él se descojonaba con "Historias corrientes". Pero le miré de verdad. Dentro. Con sus bien y sus mal. Y por fuera, con sus manos ásperas y su sonrisa bonita. Y le quise en todo y con todo. Jodidamente loco, y volviéndome a mí loca (de amor y de ganas de matar). Y no me lo guardé más dentro, porque donde sirve es fuera.
"Te amo". 
Una sonrisa. 
"Yo también a ti, cielo...".
Subimos a su cuarto, e hicimos nada mucho rato. "Mira, es que en realidad lo que me apetece es achucharte". "Pues vamos". "¿Durante dos horas..?" "Sí".
Ay.

Antes, hace muchas palabras, os dije que últimamente mi día a día me da para muchas reflexiones. La de hoy es sencilla, y no por ello carente de importancia.
Yo esperaba que él estuviera detrás de mí.
Él esperaba que volviera a hablarle.

Está claro que ambos somos idiotas, pero para la próxima,
en vez de tanto esperar, 
podríamos ir a por lo que queremos.
Decir lo que queremos.
Porque no hay nada más dulce y estúpido 
que dos personas mirándose desde dos esquinas
deseando que el otro se lance a por él. 
Te quiero a ti.
Me pregunto si me quieres a mí.

#100happydays


lunes, 16 de marzo de 2015

Diez.

Hoy voy a hacer una oda.
O una especie de oda, porque mi verso no está listo para que el público se meta con él.
Si eso en 50 años. 
Aunque me da en la nariz que no paso de los 28.
***
Hoy voy a hacer una oda a las cosas normales.
Sí, pues eso.
Sobre todo, a las cosas normales que no tienen nada de normal.
Porque se pueden entender como normales en su carácter habitual, como algo de lo que dispones todos los días.
Pero no deberíamos olvidar tan fácilmente que por mucho que estén ahí siempre que queramos, hay cosas que nunca deberían situarse bajo el letrero de "normal".
El agua corriente calentita.
La música de Thornskill nada más abrir el facebook.
El facebook.
Las galletas con Cola Cao.
"Mi cielo". "Mi vida".
Sólo con uno de éstos puede alegrarme un día con sus 500 noches. Y hay varios cada día. Y reniego de meterlos en el saco de lo "normal". Porque para mí nunca ha sido normal verme como cualquiera de esos términos para nadie, ni que decir ya de que alguien me los susurrara al oído entre líos de brazos y piernas amontonados.
Las tardes infinitas en su casa.
Porque las hay a tutiplén, en eso estamos de acuerdo. Pero hoy, mientras componíamos esa canción, he caído en la cuenta de que nada de todo lo que hacía era normal. No era normal comer skitles, no era normal garabatear en su cuaderno de geografía, no era normal los mimitos en su cama, no era normal las guerras de cosquillas en el sofá. 
Estar ahí, estar creando algo que llegué a pensar que nunca terminaríamos es lo menos ordinario del mundo. Especial, maravilloso, increíble... Pero desde luego, no normal. Los dos. Su sonrisa. Sus "no te vayas". Estar, sin más. Después de todo lo habido, y antes de casi todo lo que va a haber.
Nunca voy a volver a olvidar que una tarde sin hacer nada con él es lo no-normal en sí mismo, de una manera intrínseca e imposible de equiparar por casi todo. Porque las cosas normales no normales son la salsa de la vida.
"Preferiría no haber comido nunca skitles y no volver a comerlos nunca por tardes como la de hoy".
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domingo, 15 de marzo de 2015

Nueve.

Hoy he aprendido que no debería mirar nada con los ojos de hace un segundo, que mi hermana ya no es una niña, y además se maneja casi mejor que yo en esto de vivir. Nunca había tenido la impresión de que la familia fuera algo más que la aspiración utópica de una sociedad en la que pisar al de al lado vale más que cogerle de la mano, un refugio imaginariamente seguro para una realidad feroz. 
Y sin embargo, hoy me encuentro con que esa personita a la que le tiraba de las coletas hasta hace dos minutos, hace un minuto me ha mirado con más madurez que la que yo alcanzaré nunca, y hace un segundo me ha tendido la mano demostrando que está ahí. 
Y que va a seguir conmigo.
Puede que el cinismo sea un buen compañero de viaje, pero qué gusto da joderle vivo.

También he aprendido que no debería mirar nada con mis ojos, porque nadie más lo hace. 
Y que al mismo tiempo nunca debería mirar nada con otros ojos, porque nadie mirará con los míos. 
Porque qué sería del mundo sin ese duendecillo tan simpático que me anima a quemar cosas.

También he aprendido que los abrazos de cinco minutos pueden materializar un "te he echado de menos". Que hay pedidas de matrimonio gusaniles que valen mucho más que cualquier viral moñas. Que una cama y dos respiraciones pueden ser todo lo que hace falta. Que nada se amolda a mi cuerpo como sus manos.
Maten a cosquillas o caricias. 

Y por último he aprendido que no debería hacer mucho de lo que hago. Pensar mucho de lo que pienso. Sentir mucho de lo que siento. Pero precisamente porque sé que eso va a seguir pasando, sin que yo pueda hacer realmente nada para evitarlo, he aprendido que no debo de olvidar todo lo que he aprendido. Porque hasta hace veinte minutos estaba escribiendo, bastante cabreada sobre lo imbécil que puede llegar a ser. Porque otro récord no tendrá, pero en el de sacarme de quicio es inigualable. 
Y entonces me ha saltado "Temple of thought" de fondo. Y los recuerdos se me han escapado hasta de entre los huecos de los deditos de los pies. Y de aquella vez en su cocina he ido saltando de noche en noche, mientras sonaba de fondo la lista de reproducción de Poets of the Fall, y de principal, mi boca contra la suya. 
Y es que mira que es imbécil, pero no voy a olvidar lo que he aprendido. 
Que las rabietas de niña tonta por su culpa son lo mejor que puede haber. 
Que imbécil y todo, se quede, porque para reina de los imbéciles ya estoy yo.

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sábado, 14 de marzo de 2015

Ocho.

El martes fue un bum.
Bum, de esos pequeños pero potentes, que llegan sin avisar y lo ponen todo patas arriba.
De los buenos.
Bum, beso. Bum, qué imbécil eres. Bum, al suelo. Bum, abrazo.
Porque si dos cabezas más duras que una piedra no chocan de vez en cuando, nada de esto tendría sentido.
Porque sin guerra no hay paz.
Sin agravio no hay perdón.
Sin arañazos no hay marcas.
Espera, ahí está todo bien.
Y además, a quién no le gusta que le lleven a caballito por la calle Alcalá.

El miércoles peregrinó sin pena ni gloria, entre la yo derruida, y la que está a medio construir. Nunca me había parado a pensar en lo precario que es hacer equilibrios sobre una grúa de obra. Y para qué voy a empezar a hacerlo ahora.

El jueves empezó en mi puerta.
Y siguió en mi sofá.
Y terminó en mi cama.
Aunque en realidad, de fines nada, esto no es ni el preludio. Y creo que voy a ir al infierno muchas mas veces, así que al menos intentaré ser VIP.
Sin sentirlo, se deslizó hacia su casa. "Cuando me dices esas cosas, esta noche duermo feliz". Su cama. "Y cuando me dices eso, duermo feliz una semana".
Que me líe para no poder escaparme, y yo sabiendo que no quiero correr, porque acabaría donde empecé.
Liada, y consumida en su boca. Como el peta que se está fumando. Y que me pasa con una sonrisa.

El viernes empezó extraño. Grisáceo colorido. Melancólico, como uno de esos héroes históricos olvidados. Como el dibujo de tu amigo imaginario que encuentras en un día de limpieza. Como acariciar musgo.
Y luego llegó el peor momento de mi vida.
No, en realidad el peor fue este verano, o aquella primera vez de vestidos rojo derretido. Pero se acercó mucho.
Y luego la que se acercó fue su boca.
Despacito. Tintineando. Como el polvo de hadas que te anuncia el despegue de un vuelo con destino la noche.
Me lió de nuevo. Y sólo pude pactar conmigo misma guardar el secreto lo mucho que me enamoraba que lo hiciera. Y me traicioné, vil, como un desertor de guerras absurdas:
"-Adoro cuando me dices que me quede. No dejes de liarme nunca para que lo haga.
-Quédate a dormir".

Hoy, hace un año que la señora Muerte vino a verme. Y cuando ha llegado su whatsapp, algo en mí se ha roto un poco, porque hay cicatrices que siempre terminan escociendo antes de salir de la cama. Y me puse a pensar en ellas, y en todo lo que suponen. En las que me adornan la piel, y en las que no están tan a la vista. Porque otra cosa no, pero de cicatrices podría poner una exposición, no sólo por la cantidad, sino también porque, sin necesidad de carrera o máster he terminado siendo experta. Y creo que no me gusta. Y a la vez me encanta, aunque verme desnuda conlleve siempre recordar.
Hoy he pensado mucho, y he llorado un poco. Y he llegado a la conclusión de que aunque no todos los días puedan ser felices, de eso se trata todo, al final. Porque la tristeza puede ser tan bonita como una lágrima a través de una cara llena de pecas. Y si duele es porque importa. Y eso es todo lo que nos define como humanos
al final,
El final. Y el principio. A veces es ta difícil saber dónde te encuentras. Porque el uno puede tanto parecerse al otro que acaben confundiéndote. Y viceversa.
Y yo vivo en ambos. En mi final y mi principio. Y el principio no lo vivo sola, aunque del final esté saliendo por mi propio pie. 
"Te quiero princesa".

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lunes, 9 de marzo de 2015

Siete.

Hoy amanecí tarde, pero en un lugar al que siento que pertenezco.
Y eso siempre mejor tarde que nunca.

Soy de las que opinan que una palabra vale más que mil imágenes, pero por abandonar un día el formato convencional no creo que me tachen de traidora. Y si lo hacen, volveré a enamorarlas. A las letras, sí, y a las palabras. Pero esta imagen necesita un hueco en alguna parte.
 Y sin más que añadir, porque no sé cómo expresar cuánto significa para mí.

Hay más palabras, pero no voy a colgarlas porque a su dueño puede que no le haga excesiva gracia verlo de manera tan gráfica y pública. Pero nada puede evitar que me apropie de ellas, porque al final son para mí.
Son para mí.
Sólo para mí.
Y son sinceras.
No venían a cuento, nadie las había llamado.
Y, sin embargo, las he recibido de brazos abiertos, entre lágrimas y risas, muy a mi estilo.
Porque no necesito nada más que a ellas, y a esos pucheritos cuando me marcho que las hacen realidad.
"Te quiero muchísimo mi vida. Muchísimo".
Hala, ya estoy llorando otra vez.

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Seis.

Seis fue, que no es. Pero a la vez ahora y hace dos días, aunque parezca una eternidad. 
He decidido que voy a ser sincera. Sé que parece una tontería, pero cuando sabes que alguien puede llegar a leerte, la censura siempre está ahí, implícita, por mucho que intentes esquivarla, como inconsciente.
De ahí que haya que tomar conciencia. 
Y conciencia de todo.
Hoy es domingo por la noche, que no domingo a secas. Y los domingos por la noche siempre tienen ese deje agridulce que se adivina por el rabillo del ojo cuando ves un coche patinando a toda velocidad hacia ti.
Muerte bien y muerte mal. Todo a la vez. Así son los domingos por la noche.
Pero la conciencia no puede ser sólo de hoy, porque hace dos días fue seis. Y hace un día siete. Y ambos días fueron lo opuesto a un domingo por la noche.
El seis fue tan raro, que todavía no sé muy bien cómo ubicarlo en ningún lugar de mi cuerpo. 
Traté de convertir un trozo de mi parque favorito en Gantz. Y surtió efecto... Bastante a medias. Aunque yo iba bastante guapa. Y él llevaba su sonrisa, que es su único imprescindible. Y peleamos, y nos reímos, pero faltaba algo. Pensaba que conseguiría envolverle más en el aura de los mangas. O a lo mejor era sólo yo, pero me faltaba algo. Así que le ofrecí un porro.
La droga casi siempre es la solución.
En aquel momento no lo fue.
Pero él sí.
Porque comenzó a hablar. Y lo siento, pero considero esa conversación demasiado íntima para ponerla por aquí. Todo lo que puedo decir es que ha sido el punto y final. La guinda del pastel. La crème de la crème. Lo único que me quedaba por esperar, aunque no por conseguir. Creo que era lo que llevaba buscando, de alguna manera, así como... Toda mi vida. Incluso antes de saber que él existía.
Y fui                                                                             feliz.
Y hablamos de deseos, y me mordí la lengua hasta el momento más apropiado. Pero me la mordí en su boca. Y qué dolor tan deseable.
Merendamos como unos gochos, y nos escabullimos hacia su casa, en un paseo de un abrir y cerrar de ojos colgada de su mano.
Y sin comerlo ni beberlo, tuve que volver a la cárcel de mi casa. Y no me supo bien.
Aquella noche salimos por el cumpleaños de una de las chicas. Yo y las chicas, Y otra chica que no es de las chicas. Y... No terminó de gustarme. Fue frío, raro. Así que bebí y fumé. 
Porque la droga casi siempre es la solución. 
En aquel momento, no lo fue. 
A las 02:35 me llegó su what'sapp, apremiándome a que fuera a buscarle a los bajos de Argüelles para volver juntos a su casa. Y no corrí, volé.
El paseo turístico del N5 se me antoja borroso, y escurridizo, pero sin embargo recuerdo el calor de su casa, de su sonrisa, mientras tomábamos colacao a las tantas de la mañana, con Garfield en el televisor. Como recuerdo nítido su cama, su pijama, sus brazos a mi alrededor, mi puerto seguro. 
Caí redonda, cuadrada e incluso triangular. Qué cansancio. Y casi sin notarlo, ya no era seis, sino siete. Pero lo primero que me llegó al despertar fue su respiración en mi pelo. Y lo segundo, la sensación de que no tenía que salir corriendo y a hurtadillas como si fuera una ladrona. Aunque lo cierto es que siempre me llevaba algo.
Un último beso.
Un último roce.
Un último que no era último. Y eso me provocaba una última sonrisa.
Su cuerpo en sinergia con las sábanas crea un nuevo mundo. Uno del que busco crear el gentilicio. 

A la hora de comer sí que tuve que evaporarme. Pero me aparecí pocas horas después en una pequeña hendidura morada, que cuando conseguías abrirla, se transformaba en una coqueta y modesta peluquería, tan de barrio como Carlitos el de "Cuéntame". Fue un flechazo, secundado por el que me provocó la adorable señora que lo regentaba. Vamos, que de aquí al próximo año me he casado con ambos.
Había mucha gente allí haciéndose cosas muy raras en el pelo. Pero raro siempre es mejor. Es la única regla sin excepción de este mundo.
Pasamos mucho rato allí. Tanto como para dejar tres cabezas listas para una sesión de fotos. Pero terminamos enfilando la calle hacia su casa, donde nos esperaba un batallón de crías enloquecidas, y una madre a punto de enloquecer. Al final la que enloqueció fue la casa, con tanto colchón para arriba, y tanto colchón para abajo. Pero cuando hubimos terminado, el salón era un mar de colchones. Y en el DNI pone que tenemos 20 años, pero había un mar de colchones. 
Y saltamos en él. 
Para jugar a un "la llevas", en el que retozábamos sobre aquella superficie blandita, y donde los altos eran casa. Y qué risa. Y gané yo.
Después jugamos al baloncesto en su garaje con todas aquellas duendecillas. Él y yo contra un batallón. Él y yo contra el mundo. Él y yo contra. Como casi siempre. Incluso el uno contra el otro. 
Y ojalá nunca deje de ser así. Porque también es contra la pared, y contra su boca.
Después comí pizza y canté "El rey león" con su hermano. Porque, y perdonad que me repita, en el DNI pone que 20 años, pero era "El rey león". 
Pretendimos recoger todo aquel desbarajuste con Michael Jackson motivándose de fondo. Y cuando terminamos, sonaba "Love never felt so good", así que caminé contoneándome hacia él. Y él me siguió, escaleras arriba mientras subíamos, cantándome, besándome y bailándome. Y aquellas escaleras de caracol parecían un paraíso en sí, más que el camino a éste.
Chapurreamos su cuarto, pero terminamos bajando en busca de otra melodía, cayendo de lleno en la película de "La señora Doubtfire", que esa noche había resultado campeona entre las quinielas de aquella marabunta de niñas. 
Me dolió esa película. Y a la vez me lamió las heridas, aunque éstas siguieran escociendo. Y él se ha convertido en un experto en descifrarme, así que al final me rendí al consuelo de sus brazos, mientras goterones se me escapaban a raudales de los ojos. No dijo nada, pero me achuchaba fuerte. Y en realidad, eso era todo lo que necesitaba oír.
"-No te marches, ¿vale?
-Claro que no, princesa". 
Hacia las dos de la mañana dimos un paseo hasta mi casa. Y yo temía la despedida.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente no iba a verle se me hacían más cuesta arriba.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente tendría movidas con mi familia se me hacían mucho más cuesta arriba.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente tendría que enfrentarme a mi grupo se me hacían pero que mucho más cuesta arriba.
Vaya domingo me esperaba. 
Pero cuando llegamos a mi portal, por un momento no pensé. Ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. Sólo en sus manos ásperas en mis mejillas. Y el mundo desapareció, convirtiéndose en él.
"Buenas noches, cielo".

Hoy domingo, nos disponíamos a ir a Segovia, a la celebración del ochenta y un cumpleaños de mi abuela paterna, con la que mi madre no se lleva bien (como con casi todo el mundo). No fue tan horrible como me esperaba, porque en mi familia ahora se han puesto de acuerdo para que no haya ni medio centímetro cuadrado sin cubrir por algún crío, y eso siempre suaviza a las personas. La influencia de la monosidad de un bebé sobre el individuo... El día en que alguien logre controlar y aplicar eso, dominará el mundo. 
Las malas vibraciones empezaron a la vuelta, cuando llegamos a Madrid, aquella misma tarde. Pero yo tenía problemas más acuciantes en mente, como el inminente encuentro con mi grupo, con el que no había hablado desde el martes como quién dice, tras una gran discusión. 
No me gustó el ensayo. Llegamos sin tiempo y con prisas, y allí cada minuto es oro, así que nos pusimos manos a la obra con las canciones. Y fue incómodo, al menos para mí. Y no me gustaba nada, porque el grado de confianza que había empezado a alcanzar mientras tocaba con ellas es muy delicado en mí. Temía perderlo, y que costara mucho más recuperarlo.
Tras el ensayo, nos apoltronamos en un coche y comenzamos a hablar. Y me sentí estúpida. En parte. Por malinterpretarlas, y hacer de mis inseguridades las suyas. Pero sólo en parte. Porque sabía que la otra cara, la realmente mala, seguía ahí. Pero también ellas, mis chicas, para mí. Y supe que podía enfrentarme a una guitarra si ellas estaban detrás mía. Me prometí que lo haría. Y saber que el grupo sigue adelante, sólo eso, ya sirve para justificar el #100happydays
***
Escribí esta entrada sobre las diez de un domingo por la noche, y nada era demasiado bueno, sin llegar a ser malo. Y entonces apareció él, nuestros ordenadores y un Skype. 
Ahora son las 01:54, y quiero terminar de escribirlo todo, aunque puede que lo suba ya mañana. Porque aunque los restos de la sensación que ha dejado conmigo sigan pululando por mi almohada cuando amanezca, puede que no sean igual de intensos. 
La sensación de que, no importa dónde, cuándo o cómo, cuento con él. Siempre. Al principio tanto como al final. 
Y yo era la que pensaba que no quería ser salvada. 
Já.
Lo que pasa es que nadie puede salvarse sin uno mismo. Aunque haga falta otro para desnpertarle del ensimismamiento existencial en el que se encuentre hundido.
Tomando conciencia de todo, este fin de semana queda para enmarcar. Y fue absolutamente normal. Más, por favor.

#100happydays



viernes, 6 de marzo de 2015

Cinco.

Ayer no pude escribir porque BECK. Y su manera de hacerme liviana hasta tocar las estrellas desde las profundidades de mi mantita.
Esta noche espero no poder escribir porque GANTZ. Y seis.
¿Después de tanto tiempo?
Siempre. Seis. 

Correr hacia el sol.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Cuatro.

Supongo que es pura utopía pretender que todos los días haya algo que brille con luz propia.
Supongo que la oscuridad está incluso en los recovecos de los haces de luz.
Supongo que los días tristes son parte de mí, como las nubes.
Supongo que por eso aprendí a apreciar las sonrisas cansadas.
Supongo que por eso aprendí a mirar a las manos cuando me presentan a alguien.
En busca de nudillos amoratados, uñas mordidas, o demasiadas pulseras.

La hierba también puede ser triste.
La que coloca y la verde. 
Aunque el verde sea lo que más coloca sin necesidad de casi nada.

Verde me busco y no me encuentro.
En realidad, de ningún color. 
Las mareas grises me difuminan hasta que no queda más que la sombra de mi sombra, ondeando suave al viento. 
Ojalá pudiera volar, seguro que ahí arriba sí que era capaz de encontrarme.
O de hacerme. O de enamorarme de mi desencanto por la vida. 
¿Sabéis qué pasa? Que esa es una perra, y a veces brilla tanto que parece que merece la pena.
Y a lo mejor, incluso es real.
Pero las confesiones que le hice al almendro en flor se han quedado enterradas a sus pies, recién nacidas y recién muertas.
Bajo el sol.
Una tarde de incipiente primavera.
Una noche de incipiente dulzura a través de una pantalla.

Puede que, al final, sí que haya algo que rescatar en cada día.  

#100happydays

martes, 3 de marzo de 2015

Tres.

Como dijo Dumbeldore, incluso en los lugares más oscuros puede encontrarse una luz.
Y si tienes suerte, puede que sea tu luz.
Hacía mucho que no lloraba en un baño.
Y casi se me había olvidado lo que es tener un lugar donde caer muerta y salir volando.

Las amistades que no discuten, no son reales.
Meros reflejos de sonrisas congeladas en vidrios que se oxidan con el paso de los años.
Y que a la hora de la verdad
no están.

Una melodía adornada con la luna llena puede decir más que miles de versos provenientes de plumas exquisitas.
Lo mismo que su cabeza sobre mi tripa. Su respiración. Sus manos enredadas en mis piernas.
"Full moon sways, 
gentle in the night of one fine day
you are there
smiling in my arms for all those years".

#100happydays

lunes, 2 de marzo de 2015

Dos.

No he podido evitar pensar que hace un mes del segundo regalo más bonito del mundo.
Que aquel día también era dos. 
No he podido evitar pensar en aquello que hablamos, este sábado, con la camiseta con la que nos conocimos en su cama.
"Todo lo que le debo a esa frase".
Es cierto. Estos dos años (otra vez dos)  y pico son la consecuencia de echarle pelotas, de una frase, y del silencio que siguió a esa frase. Y no puedo evitar pensar en la vida, en general. En cómo las casualidades, todos los detalles mínimos que escapan a nuestro control son los que terminan definiéndonos, guiándonos, delineando los caminos por los que nos perdemos, en esta carrera por no morir insatisfechos.
Porque, queridos míos, morir morimos todos, lo importante es si en el segundo antes al último latido te estabas descojonando.
Estás aquí y ahora. O allí, hace un rato. Pero no has decidido ni lo uno ni lo otro. Por tu mente pulula la idea de que algo habrás tenido que ver, y lo cierto es que es posible, pero esa intervención se reduce a nada o prácticamente nada. Y entonces, ¿qué somos? ¿Meras hojas mecidas al viento? ¿Caprichos cósmicos aleatoriamente conjuntados?
Yo creo que soy nuestros abrazos, entre cabezada y cabezada en su cama.
Creo que soy mis amigas, este sábado, abrazándonos apretujadas en el pasillo porque no nos cabían las ganas de vernos. 
Soy la satisfacción de conseguir arrancar a la guitarra esas notas que llevo persiguiendo días. Y el manojo de nervios cuando bajo una cuesta infinita en dirección al ensayo de mi grupo.
Soy mi hermana pequeña cuando vino hecha una mico a enseñarme su primer salto de ballet.
Soy aquel libro que leí durante todo un día y toda una noche, de hace casi diez años,y aún sigue dentro de mí.
Soy la sensación de ingravidez, cuando oigo mi canción favorita en directo.
Soy la necesidad de correr a cada extremo del mundo sólo para que después me apetezca una película friki en el sofá, perdida en un café.
Soy noche que busca la calidez de un rayo de sol. Y no sé si fue decisión mía, pero si muriese ahora, no sería tan malo.
Porque
no me arrepiento de nada.
No sabes que quieres volver hasta que no te marchas. 
Como tampoco sabes que perseguirías algo hasta el fin del mundo hasta que no deja de ser tuyo.

No sé quién soy del todo, pero sí en las partes importantes. No sé que quiero con detalle, pero sí a grandes rasgos. Soy cada palabra que se me resbala de entre los dedos, y las palabras que me estallan ahora mismo es que ya no estoy asustada. Y voy a comerme el mundo. Empezando por su boca.



Hoy hace un mes de mi cumpleaños, y no pienso volver a contabilizarlo. 
Porque espero oírlo mucho más tiempo del que se puede contar con un reloj. 
Tiempo de ese que se cuenta en suspiros.
#100happydays

domingo, 1 de marzo de 2015

Uno.

Me he despertado, y antes de abrir los ojos he notado su mano, sobre mi cintura, y he olido su piel, suave y cálida.
Después me he despertado de verdad, y me he arrepentido profundamente, porque no estaban ni sus manos ni su piel. Pero el hecho de saber que era un recuerdo y no una invención de mi mente, ha sido suficiente para arrancarme una sonrisilla.
Tras mucho más tiempo del que se puede considerar normal, he conseguido sacar un pie de las sábanas, y tras mucho más tiempo, el otro. Me puse música para no oír el canto de sirena de mi cama, y el ipod decidió encenderme el día con “Sweet Caroline”, aquella canción que llegó a mis manos hace dos o tres años por casualidad en estado puro.
Y mientras Neil Diamond hablaba de lo acojonantemente buena que puede llegar a ser la vida, yo pensaba en la noche anterior. En cómo me abrazó por la tripa, en cómo desperté consumida por su boca, y en cómo volví a dormirme sintiendo su pulso en mi mano. No pude evitar sentir que en realidad la noche había sido increíble, siendo completamente normal.
Pero es que él nunca ha resultado solo “normal”.
Y aunque siempre he caído en las redes de las canciones tristes, esta vez sentí que el estribillo de “Sweet Caroline” salía de mí, que yo exhalaba esa sensación de que el mundo estaba a mis pies.
Y luego llegaron a mi mente, como una especie de disparos, sensaciones nítidas como el pelo enmarañado sobre mi cara; su boca, contra mi cuello, oscuridad, sus párpados haciéndome cosquillas en la mejilla al moverse. “No te he querido más en mi vida”.

Allá, vamos, #100happydays. Y empezamos con buen pie.