domingo, 1 de marzo de 2015

Uno.

Me he despertado, y antes de abrir los ojos he notado su mano, sobre mi cintura, y he olido su piel, suave y cálida.
Después me he despertado de verdad, y me he arrepentido profundamente, porque no estaban ni sus manos ni su piel. Pero el hecho de saber que era un recuerdo y no una invención de mi mente, ha sido suficiente para arrancarme una sonrisilla.
Tras mucho más tiempo del que se puede considerar normal, he conseguido sacar un pie de las sábanas, y tras mucho más tiempo, el otro. Me puse música para no oír el canto de sirena de mi cama, y el ipod decidió encenderme el día con “Sweet Caroline”, aquella canción que llegó a mis manos hace dos o tres años por casualidad en estado puro.
Y mientras Neil Diamond hablaba de lo acojonantemente buena que puede llegar a ser la vida, yo pensaba en la noche anterior. En cómo me abrazó por la tripa, en cómo desperté consumida por su boca, y en cómo volví a dormirme sintiendo su pulso en mi mano. No pude evitar sentir que en realidad la noche había sido increíble, siendo completamente normal.
Pero es que él nunca ha resultado solo “normal”.
Y aunque siempre he caído en las redes de las canciones tristes, esta vez sentí que el estribillo de “Sweet Caroline” salía de mí, que yo exhalaba esa sensación de que el mundo estaba a mis pies.
Y luego llegaron a mi mente, como una especie de disparos, sensaciones nítidas como el pelo enmarañado sobre mi cara; su boca, contra mi cuello, oscuridad, sus párpados haciéndome cosquillas en la mejilla al moverse. “No te he querido más en mi vida”.

Allá, vamos, #100happydays. Y empezamos con buen pie.


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