Me he despertado, y antes de
abrir los ojos he notado su mano, sobre mi cintura, y he olido su piel, suave y
cálida.
Después me he despertado de
verdad, y me he arrepentido profundamente, porque no estaban ni sus manos ni su
piel. Pero el hecho de saber que era un recuerdo y no una invención de mi
mente, ha sido suficiente para arrancarme una sonrisilla.
Tras mucho más tiempo del que se
puede considerar normal, he conseguido sacar un pie de las sábanas, y tras
mucho más tiempo, el otro. Me puse música para no oír el canto de sirena de mi
cama, y el ipod decidió encenderme el día con “Sweet Caroline”, aquella canción
que llegó a mis manos hace dos o tres años por casualidad en estado puro.
Y mientras Neil Diamond hablaba
de lo acojonantemente buena que puede llegar a ser la vida, yo pensaba en la
noche anterior. En cómo me abrazó por la tripa, en cómo desperté consumida por
su boca, y en cómo volví a dormirme sintiendo su pulso en mi mano. No pude
evitar sentir que en realidad la noche había sido increíble, siendo
completamente normal.
Pero es que él nunca ha resultado
solo “normal”.
Y aunque siempre he caído en las
redes de las canciones tristes, esta vez sentí que el estribillo de “Sweet
Caroline” salía de mí, que yo exhalaba esa sensación de que el mundo estaba a
mis pies.
Y luego llegaron a mi mente, como
una especie de disparos, sensaciones nítidas como el pelo enmarañado sobre mi
cara; su boca, contra mi cuello, oscuridad, sus párpados haciéndome cosquillas
en la mejilla al moverse. “No te he querido más en mi vida”.
Allá, vamos, #100happydays. Y empezamos con buen pie.
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