Seis fue, que no es. Pero a la vez ahora y hace dos días, aunque parezca una eternidad.
He decidido que voy a ser sincera. Sé que parece una tontería, pero cuando sabes que alguien puede llegar a leerte, la censura siempre está ahí, implícita, por mucho que intentes esquivarla, como inconsciente.
De ahí que haya que tomar conciencia.
Y conciencia de todo.
Hoy es domingo por la noche, que no domingo a secas. Y los domingos por la noche siempre tienen ese deje agridulce que se adivina por el rabillo del ojo cuando ves un coche patinando a toda velocidad hacia ti.
Muerte bien y muerte mal. Todo a la vez. Así son los domingos por la noche.
Pero la conciencia no puede ser sólo de hoy, porque hace dos días fue seis. Y hace un día siete. Y ambos días fueron lo opuesto a un domingo por la noche.
El seis fue tan raro, que todavía no sé muy bien cómo ubicarlo en ningún lugar de mi cuerpo.
Traté de convertir un trozo de mi parque favorito en Gantz. Y surtió efecto... Bastante a medias. Aunque yo iba bastante guapa. Y él llevaba su sonrisa, que es su único imprescindible. Y peleamos, y nos reímos, pero faltaba algo. Pensaba que conseguiría envolverle más en el aura de los mangas. O a lo mejor era sólo yo, pero me faltaba algo. Así que le ofrecí un porro.
La droga casi siempre es la solución.
En aquel momento no lo fue.
Pero él sí.
Porque comenzó a hablar. Y lo siento, pero considero esa conversación demasiado íntima para ponerla por aquí. Todo lo que puedo decir es que ha sido el punto y final. La guinda del pastel. La crème de la crème. Lo único que me quedaba por esperar, aunque no por conseguir. Creo que era lo que llevaba buscando, de alguna manera, así como... Toda mi vida. Incluso antes de saber que él existía.
La droga casi siempre es la solución.
En aquel momento no lo fue.
Pero él sí.
Porque comenzó a hablar. Y lo siento, pero considero esa conversación demasiado íntima para ponerla por aquí. Todo lo que puedo decir es que ha sido el punto y final. La guinda del pastel. La crème de la crème. Lo único que me quedaba por esperar, aunque no por conseguir. Creo que era lo que llevaba buscando, de alguna manera, así como... Toda mi vida. Incluso antes de saber que él existía.
Y fui feliz.
Y hablamos de deseos, y me mordí la lengua hasta el momento más apropiado. Pero me la mordí en su boca. Y qué dolor tan deseable.
Merendamos como unos gochos, y nos escabullimos hacia su casa, en un paseo de un abrir y cerrar de ojos colgada de su mano.
Y sin comerlo ni beberlo, tuve que volver a la cárcel de mi casa. Y no me supo bien.
Aquella noche salimos por el cumpleaños de una de las chicas. Yo y las chicas, Y otra chica que no es de las chicas. Y... No terminó de gustarme. Fue frío, raro. Así que bebí y fumé.
Porque la droga casi siempre es la solución.
En aquel momento, no lo fue.
A las 02:35 me llegó su what'sapp, apremiándome a que fuera a buscarle a los bajos de Argüelles para volver juntos a su casa. Y no corrí, volé.
El paseo turístico del N5 se me antoja borroso, y escurridizo, pero sin embargo recuerdo el calor de su casa, de su sonrisa, mientras tomábamos colacao a las tantas de la mañana, con Garfield en el televisor. Como recuerdo nítido su cama, su pijama, sus brazos a mi alrededor, mi puerto seguro.
Caí redonda, cuadrada e incluso triangular. Qué cansancio. Y casi sin notarlo, ya no era seis, sino siete. Pero lo primero que me llegó al despertar fue su respiración en mi pelo. Y lo segundo, la sensación de que no tenía que salir corriendo y a hurtadillas como si fuera una ladrona. Aunque lo cierto es que siempre me llevaba algo.
Caí redonda, cuadrada e incluso triangular. Qué cansancio. Y casi sin notarlo, ya no era seis, sino siete. Pero lo primero que me llegó al despertar fue su respiración en mi pelo. Y lo segundo, la sensación de que no tenía que salir corriendo y a hurtadillas como si fuera una ladrona. Aunque lo cierto es que siempre me llevaba algo.
Un último beso.
Un último roce.
Un último que no era último. Y eso me provocaba una última sonrisa.
Su cuerpo en sinergia con las sábanas crea un nuevo mundo. Uno del que busco crear el gentilicio.
A la hora de comer sí que tuve que evaporarme. Pero me aparecí pocas horas después en una pequeña hendidura morada, que cuando conseguías abrirla, se transformaba en una coqueta y modesta peluquería, tan de barrio como Carlitos el de "Cuéntame". Fue un flechazo, secundado por el que me provocó la adorable señora que lo regentaba. Vamos, que de aquí al próximo año me he casado con ambos.
Había mucha gente allí haciéndose cosas muy raras en el pelo. Pero raro siempre es mejor. Es la única regla sin excepción de este mundo.
Pasamos mucho rato allí. Tanto como para dejar tres cabezas listas para una sesión de fotos. Pero terminamos enfilando la calle hacia su casa, donde nos esperaba un batallón de crías enloquecidas, y una madre a punto de enloquecer. Al final la que enloqueció fue la casa, con tanto colchón para arriba, y tanto colchón para abajo. Pero cuando hubimos terminado, el salón era un mar de colchones. Y en el DNI pone que tenemos 20 años, pero había un mar de colchones.
Y saltamos en él.
Para jugar a un "la llevas", en el que retozábamos sobre aquella superficie blandita, y donde los altos eran casa. Y qué risa. Y gané yo.
Después jugamos al baloncesto en su garaje con todas aquellas duendecillas. Él y yo contra un batallón. Él y yo contra el mundo. Él y yo contra. Como casi siempre. Incluso el uno contra el otro.
Y ojalá nunca deje de ser así. Porque también es contra la pared, y contra su boca.
Después comí pizza y canté "El rey león" con su hermano. Porque, y perdonad que me repita, en el DNI pone que 20 años, pero era "El rey león".
Pretendimos recoger todo aquel desbarajuste con Michael Jackson motivándose de fondo. Y cuando terminamos, sonaba "Love never felt so good", así que caminé contoneándome hacia él. Y él me siguió, escaleras arriba mientras subíamos, cantándome, besándome y bailándome. Y aquellas escaleras de caracol parecían un paraíso en sí, más que el camino a éste.
Chapurreamos su cuarto, pero terminamos bajando en busca de otra melodía, cayendo de lleno en la película de "La señora Doubtfire", que esa noche había resultado campeona entre las quinielas de aquella marabunta de niñas.
Me dolió esa película. Y a la vez me lamió las heridas, aunque éstas siguieran escociendo. Y él se ha convertido en un experto en descifrarme, así que al final me rendí al consuelo de sus brazos, mientras goterones se me escapaban a raudales de los ojos. No dijo nada, pero me achuchaba fuerte. Y en realidad, eso era todo lo que necesitaba oír.
"-No te marches, ¿vale?
-Claro que no, princesa".
Hacia las dos de la mañana dimos un paseo hasta mi casa. Y yo temía la despedida.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente no iba a verle se me hacían más cuesta arriba.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente tendría movidas con mi familia se me hacían mucho más cuesta arriba.
Las despedidas cuando sabía que al día siguiente tendría que enfrentarme a mi grupo se me hacían pero que mucho más cuesta arriba.
Vaya domingo me esperaba.
Pero cuando llegamos a mi portal, por un momento no pensé. Ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. Sólo en sus manos ásperas en mis mejillas. Y el mundo desapareció, convirtiéndose en él.
"Buenas noches, cielo".
Hoy domingo, nos disponíamos a ir a Segovia, a la celebración del ochenta y un cumpleaños de mi abuela paterna, con la que mi madre no se lleva bien (como con casi todo el mundo). No fue tan horrible como me esperaba, porque en mi familia ahora se han puesto de acuerdo para que no haya ni medio centímetro cuadrado sin cubrir por algún crío, y eso siempre suaviza a las personas. La influencia de la monosidad de un bebé sobre el individuo... El día en que alguien logre controlar y aplicar eso, dominará el mundo.
Las malas vibraciones empezaron a la vuelta, cuando llegamos a Madrid, aquella misma tarde. Pero yo tenía problemas más acuciantes en mente, como el inminente encuentro con mi grupo, con el que no había hablado desde el martes como quién dice, tras una gran discusión.
No me gustó el ensayo. Llegamos sin tiempo y con prisas, y allí cada minuto es oro, así que nos pusimos manos a la obra con las canciones. Y fue incómodo, al menos para mí. Y no me gustaba nada, porque el grado de confianza que había empezado a alcanzar mientras tocaba con ellas es muy delicado en mí. Temía perderlo, y que costara mucho más recuperarlo.
Tras el ensayo, nos apoltronamos en un coche y comenzamos a hablar. Y me sentí estúpida. En parte. Por malinterpretarlas, y hacer de mis inseguridades las suyas. Pero sólo en parte. Porque sabía que la otra cara, la realmente mala, seguía ahí. Pero también ellas, mis chicas, para mí. Y supe que podía enfrentarme a una guitarra si ellas estaban detrás mía. Me prometí que lo haría. Y saber que el grupo sigue adelante, sólo eso, ya sirve para justificar el #100happydays
***
Escribí esta entrada sobre las diez de un domingo por la noche, y nada era demasiado bueno, sin llegar a ser malo. Y entonces apareció él, nuestros ordenadores y un Skype.
Ahora son las 01:54, y quiero terminar de escribirlo todo, aunque puede que lo suba ya mañana. Porque aunque los restos de la sensación que ha dejado conmigo sigan pululando por mi almohada cuando amanezca, puede que no sean igual de intensos.
La sensación de que, no importa dónde, cuándo o cómo, cuento con él. Siempre. Al principio tanto como al final.
Y yo era la que pensaba que no quería ser salvada.
Já.
Lo que pasa es que nadie puede salvarse sin uno mismo. Aunque haga falta otro para desnpertarle del ensimismamiento existencial en el que se encuentre hundido.
Tomando conciencia de todo, este fin de semana queda para enmarcar. Y fue absolutamente normal. Más, por favor.
#100happydays
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