miércoles, 4 de marzo de 2015

Cuatro.

Supongo que es pura utopía pretender que todos los días haya algo que brille con luz propia.
Supongo que la oscuridad está incluso en los recovecos de los haces de luz.
Supongo que los días tristes son parte de mí, como las nubes.
Supongo que por eso aprendí a apreciar las sonrisas cansadas.
Supongo que por eso aprendí a mirar a las manos cuando me presentan a alguien.
En busca de nudillos amoratados, uñas mordidas, o demasiadas pulseras.

La hierba también puede ser triste.
La que coloca y la verde. 
Aunque el verde sea lo que más coloca sin necesidad de casi nada.

Verde me busco y no me encuentro.
En realidad, de ningún color. 
Las mareas grises me difuminan hasta que no queda más que la sombra de mi sombra, ondeando suave al viento. 
Ojalá pudiera volar, seguro que ahí arriba sí que era capaz de encontrarme.
O de hacerme. O de enamorarme de mi desencanto por la vida. 
¿Sabéis qué pasa? Que esa es una perra, y a veces brilla tanto que parece que merece la pena.
Y a lo mejor, incluso es real.
Pero las confesiones que le hice al almendro en flor se han quedado enterradas a sus pies, recién nacidas y recién muertas.
Bajo el sol.
Una tarde de incipiente primavera.
Una noche de incipiente dulzura a través de una pantalla.

Puede que, al final, sí que haya algo que rescatar en cada día.  

#100happydays

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