Hay lluvias de roces.
Con la boca. Con las manos.
Hay lluvias de escalofríos.
En la espalda. En el cuello.
Hay lluvia de la normal, húmeda, proveniente de las nubes. E idiotas dispuestos a besarse bajo ella.
Ven, que quiero ser idiota.
El miércoles acabaron las clases, y descubrí que siempre que estés con la gente adecuada, no importa estar rodeada de viejecitos treintañeros que beben vino. Si la gilipollez y el desenfreno están asegurados, todo termina a carcajadas.
Además de que las horas pueden perseguirte entre sus sábanas. Y terminar tan dentro que todo se vuelva negro, como sus ojos cuando no hay sol, noche en sus pupilas.
El jueves miré a mi padre. Y sé que no está bien hacerlo sólo porque fuera 19 de marzo, pero lo único bueno que tienen todos esos días que el estado decide dejarnos descansar en nombre de algún colectivo merecedor de atención es pararse un momento a pensar en dicho colectivo, dentro de esta vida que pasa a la velocidad de la luz a nuestro lado, abarrotada de cosas sin significado.
El jueves miré a mi padre, y vi a una persona cansada. Alguien que toda la vida ha perseguido algo, sin saber exactamente qué, en busca de lo que todo el mundo le ha dicho que tiene que buscar (casa, cochazo, televisión de plasma por cable, trajes caros y una imagen familiar adorable para las felicitaciones navideñas), por un medio que no le satisface individualmente, y que a un paso de los 50 le hace preguntarse qué hace con su vida. Lo miré, y me dio lástima. Y sentí que debía de estar más ahí para él, para hacer que todo le supiera menos vacío. Y a su vez, que en lo que dependa de mí a título personal, evitaría tomar todas aquellas decisiones que me pudieran llevar hasta la casa, el cochazo, la televisión de plasma por cable, los trajes caros y la imagen familiar adorable para las felicitaciones navideñas, así como a estar a un paso de los cincuenta y no sentir más que vacío.
Empecé aquella misma tarde, porque recibí un mensaje y mis pies echaron a andar cuesta abajo, sin pararse a preguntarme si quiera.
Se detuvieron frente a su puerta, cómo no, pero lo que encontraron no fue lo esperado.
Cuando una persona tiene demasiadas cosas encima, hasta el más mínimo roce puede hacer que todo explote, violento, contra las ventanas. Puede volverlo todo añicos, y enterrar las sonrisas en lo más hondo de una boca, hasta el punto de que sólo puedan salir a arcadas.
Y en lugar exacto de la escala emocional se encontraba cuando llegué hasta él. Pero dos años dan para mucho, así que sencillamente esperé mientras ojeaba un libro, sentada en la cama con su super bata. Esperé mientras se desesperaba con la inscripción de aquel concurso. Esperé mientras discutía con su hermano. Esperé mientras se desahogaba. Y cuando al final me miró, le abrí los brazos para que lo dejase todo fuera.
Y en lugar exacto de la escala emocional se encontraba cuando llegué hasta él. Pero dos años dan para mucho, así que sencillamente esperé mientras ojeaba un libro, sentada en la cama con su super bata. Esperé mientras se desesperaba con la inscripción de aquel concurso. Esperé mientras discutía con su hermano. Esperé mientras se desahogaba. Y cuando al final me miró, le abrí los brazos para que lo dejase todo fuera.
Porque incluso los mejores refugios necesitan un lugar seguro de vez en cuando.
Vimos Kiseijuu y Tokyo Ghoul como buenos frikis que somos, y cuando ambos caps acabaron y nos tiramos en su cama, llegaron las sonrisas. Y a mí me podéis intentar convencer de lo contrario, pero creo que no hay mejor sensación en este mundo que la de hacer sonreír a una de las personas de tu vida.
"No cambiaría una noche aquí contigo por estar viendo las auroras boreales".
Aquella noche no pude quedarme, pero me marché con una pinky promise que no voy a olvidar; ir algún día a ver las auroras al polo Norte. Juntos.
El viernes empezó de mal en peor. Corriendo en todas direcciones y haciendo malabares entre quince mil proyectos, a cada cual más difícil de manejar que el anterior.
Finalmente, llegué al ensayo, tras un tour precioso por Madrid, y después nos fuimos al concierto de unas chicas. Y casi tocamos nosotras. Y no sé quién lo hubiera hecho mejor (je, je).
Recuerdo que al entrar al concierto, él vino derechito hacia mí, con sus pintas de rockerillo trasnochado, me cogió en brazos, y me besó dulce. Y qué falta me hacía. Llevaba una semana tan hasta arriba, y un día más saturado incluso, que su boca fue como un ansiolítico. Pero eso fue todo. Aquella tarde no habló más conmigo. Y aun a sabiendas de que estábamos todos con todos, me entristeció. Porque yo estaba con todo aquello entre manos... Y él nada.
Tras el concierto, nos fuimos a cenar, y tras la cena, le estallé un poco. Y él me estalló a mí. Porque si hay una buena definición para nosotros es que somos como dos bombas en los últimos segundos antes de la explosión. Desenfrenados y peligrosos. Y lo que me gusta, qué.
Nos fuimos cada uno por un lado, cabreados, y yo me refugié con mis nenas, dentro de aquel cochecito rojo. Hablamos mucho. Tanto que sin quererlo se nos escapó la noche. Pero nos hacía falta. A las tres, que es lo peor. Cómo podíamos encontrarnos en el mismo vacío de mundos diferentes. Si al final iba a haber sido el destino el que nos había juntado. Pues que no venga a joder en un futuro, yo a ellas no me las dejo en ningún camino.
Cuando al final entramos en la casa donde estaba todo el mundo, le vi al fondo, sentado en una silla. Me le quedé mirando, y sentí que no merecía la pena. Ningún enfado, ninguna rabieta... Nada de todo eso. Y entonces él levantó la vista y también me miró. Y una sonrisa minúscula se me apostó sobre los dientes.
Y por una vez (y sin que sirva de precedente) hice las cosas bien.
Crucé el salón hasta sus piernas, y le pedí perdón a susurros suaves en su oído.
"-En realidad sólo quería que vinieras y me dieras un beso en la mejilla.
-Pues haberlo dicho, tonta".
Y me abrazó, recomponiéndome por dentro.
No mucho después, las chicas se marcharon, pero yo me quedé allí hasta que la película que estaban viendo terminó, porque quería pasar algo de tiempo con él, aunque sólo fuera el camino de vuelta a casa.
Y efectivamente, las calles estaban frías y húmedas, pero él me llevó del brazo por toda aquella cuesta. Y cuando me tuvo cara a cara en mi puerta, lo que me dio fue piel a piel. Y le dieron por culo al frío y a la humedad, porque sólo estaba él.
Ya en la cama me puse a pensar en una cosa que había dicho una de mis amigas: "es que me pregunto si hay alguien que vaya a estar para mí, como yo estoy para ellos, al 100% siempre, sin ningún tipo de pero. Y estoy empezando a sentir que esa persona no existe".
Y todas asentimos tras esa afirmación.
Y todas fuimos imbéciles.
Claro que existe. Somos nosotras.
#100happydays
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